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Finalmente estaba pasando.
Se llevaba un tiempo anunciando una desaceleración en la rotación de la Tierra.
Los días y las noches eran más largos, la actividad de la vida estaba totalmente desajustada; Epidemias, enfermedades extrañas, comportamientos bizarros.
Lucha por la supervivencia, luchas para dar muerte.
El ser humano siempre contradictorio, capaz de los dos extremos más opuestos en cuanto a comportamiento.
Estériles saqueos, quema de edificios, robos, doradas cópulas en mitad de las calles llenas de suciedad, gente corriendo sorteando cadáveres abandonados.
Familias divididas por culpa de inútiles huidas hacia adelante, musgo brotando por todas las partes, niños perdidos, animales embrutecidos y aterrorizados.
Finalmente estaba pasando. La tierra se había parado.
Un gran estruendo en el cielo, una gran grieta en la atmósfera.
Un efecto óptico sin igual a causa del cese de la rotación, dos soles brillaban en lo alto, próximos, pero cada uno con colores distintos, el sol del amanecer y el sol del ocaso, bajo un manto de nubes verdes color moho.
Y nosotros ajenos a todo, como inmunes al caos total, haciendo lo de siempre, disfrutando de las pequeñas cosas.
Haciendo nuestra la frase «feliz fin del Mundo».
Aquello era para vivirlo, aunque después ya no se pudiese contar. Era una sensación extraña… nunca uno se imagina como iba a ser eso que decían que iba a ocurrir, según pronóstico.
Escuchando:
The Prophet’s Song – (Queen)
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