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Esta historia la tengo tan oída… siempre se comenta en el entorno familiar. Yo no sé si será cierta o no, pero me parece fascinante hasta tal punto, que creo que es de recibo compartirla.
Todo sucedió al final de las vacaciones de verano. Daba lo mismo saber si era cuando agonizaba agosto o bien cuando septiembre daba sus primeros pasos.
Lo cierto es que se repetía el ritual de lo habitual: La vuelta a la rutina, al barrio, a los trabajos, escuelas, a lo cotidiano.
Pero algo inesperado ocurrió esa mañana cuando, nuestro protagonista, aparcó su vehículo familiar cargado hasta los topes.
En el interior del monovolumen estaban su preciosa mujer, sus hijos, sus dos perritos, las maletas, bolsas, juguetes, regalos y neveras de plástico… lo normal tras un mes en la playa.
El caso es que al ir a abrir el portal, se encontró con la escena de una mudanza.
Lo curioso era que todos los muebles, objetos de decoración, el estéreo, la televisión, en fin, hasta las plantas de interior… eran exactamente iguales a los bienes que él poseía. Tan solo tardó tres golpes de vista en darse cuenta del percal.
Al principio, en la primera coincidencia, le provocó una sonrisa.
– Mira, este que llega tiene la misma lavadora que nosotros… – pensó para si mismo.
La siguiente similitud le sorprendió.
– ¡Caray! Si hasta tienen la cuna del bebé idéntica a la de nuestra pequeña… – volvió a decirse asombrado.
El tercer parecido le provocó miedo y odio a partes iguales.
– Esa réplica del Guernica de Picasso es idéntica a la mía. ¡Como no reconocerla, si la pinté yo!. ¡Me cago en la leche puta! ¡Nos están robando!. –
Algo se puso en marcha en la mente de nuestro héroe. Los nervios y el temor que había experimentado al principio se transformaron en calculadora serenidad. Retrocedió, salió del portal y le dijo a su mujer que tomase ella el vehículo y se dirigiese a casa de sus padres con los niños.
No había tiempo para explicaciones. Su mujer pudo comprender la gravedad del asunto sin tener que hacer preguntas que no venían al caso.
Dicho y hecho, respiró aliviado al ver el vehículo alejarse por la cuesta hacia abajo, para dar la curva en la plaza y perderlo de vista.
Ahora podía actuar.
Volvió al portal, donde esperaban todas sus pertenencias, y subió en el ascensor hasta el penúltimo piso del rascacielos de viviendas en el que residían. Al llegar a su planta, vio la puerta de su domicilio abierta de par en par.
La escena era dantesca, no había casi nada. Entró en silencio, pero luego recapacitó y se hizo pasar por el vecino fisgón y simpático a partes iguales.
Allí dentro estaba el amigo de lo ajeno, preparando más cosas para bajar.
Y con una naturalidad digna de un puto Óscar de la Academia, pasó a interpretar el papel de su vida.
– ¡Buenos días, vecino! ¡Vengo a presentarme, veo que están de mudanza! –
Aquel desparpajo descolocó en principio al puto chorizo, pero supo recomponerse en seguida…
– Pues sí, ya ve. Esto es un lío, pero bueno, luego nos reiremos de todo este follón. Creo que hemos venido a un buen barrio. –
– Y que lo diga, amigo. Cuando quiera, podemos tomar unas cervezas y si hace falta que le echemos una mano, no tiene más que llamar a mi puerta. –
– ¿Y donde vive usted, caballero? –
– En este piso, puto cabrón. –
Aquello detonó más kilotones de golpes que las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas.
La pelea fue breve pero intensa. Al final nuestro amigo logró reducir a su contrario gracias a un certero golpe en la sien con un taburete de la cocina que estaba donde no tenía que estar.
– Joder – pensó para si mismo – Al final, tantas películas de Charles Bronson, han merecido la pena. –
Lo siguiente que hizo fue entrar en la despensa – trastero de la casa, en la que había cuerda de sus anteriores aventuras en la montaña, que utilizó para dejar atado y bien atado a aquel indeseable. Fue a la cocina, abrió una cerveza y encendió un cigarro. Y se sentó en el taburete de la cocina, otrora arma contundente, a esperar a que se despertase el ladrón.
Aquello no demoró más de media hora.
Cuando despertó, el ladrón maldijo el día en el que nació. Y váis a ver porqué:
– De modo que… – Hizo una pausa para dar otra calada a otro cigarro – ya estás despierto… ¿Has dormido bien? –
– Mira, esto es un error. Creo que podemos solucionarlo. De verdad, si tú quieres, aquí no ha pasado nada… –
– Creo que no estás en posición de negociar. Pero no te preocupes. Ahora mismo llamo a la policía, ellos sabrán que hacer contigo. –
– ¡¡JAJAJA!! – espetó desafiante el delincuente – Llámalos. Antes de que tú termines de subir tus cosas, yo ya estaré en la calle. –
Con una frialdad digna del mejor Nicholson, nuestro héroe no se inmutó. Apuró su cigarro y le preguntó:
– ¿Tú crees? Yo no estaría tan seguro de eso. Déjame que te recuerde que no estás en posición de negociar. Y en seguida, vas a poder comprobarlo. Te lo garantizo. –
Tomó el teléfono y marcó lentamente los dígitos del 091. Fueron tan solo un par de tonos de espera hasta que contestaron su llamada.
– Policía, ¿dígame? –
– Buenos días. Quisiera denunciar un robo en mi domicilio. Acabo de regresar de vacaciones con mi familia y he sorprendido al ladrón en el interior de mi casa. –
– ¿Ha logrado reducirlo? –
– Sí. Pude atarlo con una cuerda y está en el salón, déjeme un segundo, voy a comprobarlo. –
Dejó que pasasen unos segundos.
– ¡¡Por favor!! ¡¡Vengan rápido!! ¡¡Se ha soltado!! ¡¡Deprisa!! ¡¡Se va a tirar por la ventana!! ¡¡Ha saltado!! ¡¡Dios mío, que horror!! –
Colgó el teléfono y vio la cara de terror de su inesperado visitante. Se acercó a él, inmovilizado por la cuerda que todavía le retenía y le dijo suavemente al oido:
– Vete a tomar por el culo, cabrón. Tu vida acaba aquí. Dulces sueños. –
Acto seguido le soltó otro viaje en la cabeza con el taburete de madera, esta vez con más fuerza que el anterior.
Desató con cuidado el cuerpo inconsciente y lo arrojó por la ventana.
Quedó de espaldas a ella hasta que unos segundos después se escuchó un sonido hueco y sordo, el fatal impacto tras casi dos decenas de pisos en caída libre.
Ese sonido fue el que marcaba el comienzo de la carrera frenética por subir sus pertenencias a su casa, hasta que se personó, tarde, como siempre, la policía.
El caso quedó sobreseído. El ladrón se suicidó antes de darse preso, estaba claro.
Y así quedó todo.
Aquella noche regresó la familia y todo fue como siempre, como si nada.
Hay cosas que son sagradas, y la casa de uno, es lo que más.
Escuchando:
Fields of Joy (Reprise) – Lenny Kravitz
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